las formas-de-vida
Aquel que
en la guerra civil
no tome partido
será golpeado por la infamia
y perderá todo derecho
político.
Solón
Constitución de Atenas
1 La unidad humana elemental no es el cuerpo -el individuo, sino la forma-de-vida.
2 La forma-de-vida no está más allá de la nuda vida, es más bien su polarización íntima.
3 Cada cuerpo está afectado por su forma-de-vida como por un clinamen, una inclinación, una atracción, un gusto. Aquello hacia lo que tiende un cuerpo tiende asimismo hacia él. Esto vale sucesivamente para cada nueva situación. Todas las inclinaciones son re¬cíprocas.*
*3 Glosa: Puede parecer a la mirada superficial que el Bloom daría prueba de lo contrario, el ejemplo de un cuerpo privado de inclinación, de tendencia, reticente a toda atracción. Nos damos cuenta de que el Bloom, in¬mutable, no recubre tanto una ausencia de gusto como un singular gusto por la ausencia. Sólo este gusto puede dar cuenta de los esfuerzos que el Bloom libra positivamente por mantenerse dentro del Bloom, para tener a distancia aquello que tiende hacia él y declinar toda experiencia. Parecido en esto al religioso que, como no puede oponer a «este mundo» otra mundanidad, convierte su ausencia del mundo en crítica de la mundanidad, el Bloom busca en la fuga fuera del mundo la salida de un mundo sin afuera. A toda situación, replicará con el mismo aleja¬miento, con el mismo deslizamiento fuera de la situación. El Bloom es por tanto ese cuerpo distintivamente afecta¬do de una inclinación hacia la nada.
4 Este gusto, este clinamen puede ser conjurado o asumido. La asunción de una forma-de-vida no es solamente el saber de tal inclinación, sino el pensamiento de ésta. Lla¬mo pensamiento a lo que convierte la forma-de¬-vida en fuerza, en efectividad sensible.
En cada situación se presenta una línea dis¬tinta de todas las demás, una línea de incremento de potencia. El pensamiento es la aptitud de distinguir y de seguir esta línea. El hecho de que una forma-de-vida no pueda ser asumida sino siguiendo el incremento de la potencia, lleva consigo esta consecuencia: todo pensa¬miento es estratégico.*
*4 Glosa: Ante nuestros ojos tardíos, la conjuración de toda forma-de-vida aparece como el destino propio de Occidente. La manera dominante de esta conjuración, en una civilización que ya no podemos llamar nuestra sin consentir implícitamente con nuestra propia liquidación, se manifestará paradójicamente como deseo de forma, como persecución de un parecido arquetípico, de una Idea de sí situada delante, ante sí. Y, por supuesto, donde¬quiera que se haya expresado con algo de amplitud, este voluntarismo de la identidad lo ha tenido muy difícil para enmascarar el nihilismo helado, la aspiración a la nada que forma su eje.
Pero la conjuración de las formas-de-vida tiene tam¬bién su manera menor, más disimulada, que se llama cons¬ciencia, y en su punto culminante, lucidez; «virtudes» to¬das estas que UNO aprecia tanto más en la medida en que acompañan la impotencia de los cuerpos. UNO llamará «lucidez» desde entonces a cualquier saber de esta impo¬tencia que no tiene ningún poder de escapársele.
De esta manera, la asunción de una forma-de-vida es totalmente lo opuesto a una tensión de la consciencia o de la voluntad, a un efecto de la una o de la otra.
La asunción es más bien un abandono, es decir, a la vez una caída y una elevación, un movimiento y un reposaren sí.
5 Mi forma-de-vida no se relaciona con lo que yo soy, sino con cómo yo soy lo que soy.*
*5 Glosa: Este enunciado opera un ligero desplaza¬miento. Un ligero desplazamiento en el sentido de una sa¬lida de la metafísica. Salir de la metafísica no es un impera¬tivo filosófico, es una necesidad fisiológica. En el extremo presente de su despliegue, la metafísica se recoge en un im¬perativo planetario de la ausencia. Lo que el Imperio exige de cada uno no es que se conforme a una ley común, sino a su identidad particular; pues de la adherencia de los cuerpos a sus cualidades supuestas, a sus predicados, depende el po¬der imperial para controlarlos.
Mi forma-de-vida no se relaciona con lo que yo soy, sino con cómo yo soy lo que soy; dicho de otra manera: entre un ser y sus «cualidades» está el abismo de su presencia, la expe¬riencia singular que yo tengo de él, en un cierto momento, en un cierto lugar. Para mayor desgracia del Imperio la for¬ma-de-vida de un cuerpo no se contiene, por tanto, en nin¬guno de sus predicados –grande, blanco, loco, rico, pobre, carpintero, arrogante, mujer o francés–, sino en el cómo dis¬continuo de su presencia, en la irreductible singularidad de su ser-en-situación. Y es ahí donde la predicación se ejerce con la máxima violencia, en el dominio apestoso de la mo¬ral, que su fracaso es también el más feliz: cuando, por ejem¬plo, nos encontramos delante de un ser enteramente abyec¬to pero cuya forma de ser abyecto nos afecta hasta alcanzar en nosotros toda repulsión, y nos manifiesta por eso mismo que la abyección misma es una cualidad.
Asumir su forma-de-vida: esto quiere decir ser fiel a sus inclinaciones más que a sus predicados.
6 La cuestión de saber por qué tal cuerpo es afectado por tal forma-de-vida más que por tal otra está tan desprovista de sentido como la de saber por qué existe algo en vez de nada. Esta cuestión señala solamente la nega¬ción, a veces el terror a conocer la contingencia. Más aún, a darse cuenta de ella.*
*6 Glosa A: Una cuestión más digna de interés sería la de saber cómo un cuerpo se añade sustancia, cómo un cuerpo deviene espeso, se incorpora experiencia. ¿Qué es lo que hace que ora sintamos polarizaciones pesadas, de gran calado, ora polarizaciones débiles, superficiales? ¿Cómo extraerse de la masa dispersiva de los cuerpos bloomescos, de ese movimiento browniano mundial donde los más vi¬vos pasan de micro-abandono en micro-abandono, de una forma-de-vida atenuada a otra, según un constante principio de prudencia: no llevarse nunca más allá de un cierto nivel de intensidad? Y, sobre todo, ¿cómo han po¬dido los cuerpos volverse hasta este punto transparentes?
Glosa B: Hay toda una concepción bloomesca de la libertad como libertad de elección, como abstracción me¬tódica de cada situación, concepción que forma el más se¬guro antídoto contra toda libertad real. Pues la única li¬bertad sustancial es la de seguir la línea de incremento de potencia de nuestra forma-de-vida hasta el fin, hasta el punto donde ella se desvanece, liberando en nosotros un poder superior de ser afectados por otras formas-de-vida.
10 La guerra civil es el libre juego de las formas-de-vida, el principio de su co-existencia.
11 Guerra porque, en cada juego singular entre formas-de-vida, la eventualidad del enfrentamiento bruto, del recurso a la violencia, no puede ser nunca anulada.
Civil porque las formas-de-vida no se enfrentan como Estados, como coincidencias entre población y territorio, sino como partidos, en el sentido en el que esta palabra se entendía hasta la llegada del Estado moderno, es decir, puesto que hace falta precisarlo en adelante, como máquinas de guerra partisanas.
Guerra civil, en fin, porque las formas-de-vida ignoran la separación entre hombres y mujeres, existencia política y nuda vida, civiles y tropas regulares;
porque la neutralidad es un partido más en el libre juego de las formas-de-vida:
porque este juego no tiene ni principio ni fin al que se pueda declarar, más allá de un fin físico del mundo que no podría ya ser declarado por nadie:
y sobre todo porque yo no conozco cuerpo que no se encuentre arrastrado sin remedio en el curso excesivo y peligroso del mundo.*
*11 Glosa A: La violencia es una novedad histórica: nosotros, decadentes, somos los primeros en conocer esta cosa curiosa: la violencia. Las sociedades tradicionales conocían el robo, la blasfemia, el parricidio, el rapto, el sacrificio, la afrenta y la venganza; los Estados modernos ya, ¡ras el dilema de la cualificación de los hechos, tendían a no reconocer más que la infracción a la Ley y la pena que venía a corregirla. Pero ellos no ignoraban las guerras exteriores y, en el interior, la disciplinarización autoritaria de los cuerpos. Sólo los Blooms, de hecho, sólo los átomos ateridos de la sociedad imperial conocían «la violencia» como mal radical y único que se presenta bajo una infinidad de máscaras, tras las cuales es extremadamente importante reconocerla para poder erradicarla mejor. En realidad, la violencia existe para nosotros como aquello de lo que hemos sido desposeídos, y aquello de lo que hace falta ¡¡hora reapropiarse.
Cuando el biopoder se pone a hablar, respecto de los accidentes de tráfico, de «violencia en carretera», se comprende que en la noción de violencia la sociedad imperial no señala sino su propia vocación de muerte. De esta manera, la sociedad imperial se ha forjado para sí el concepto negativo por el que rechaza todo lo que en ella es aún portador de intensidad. Cada vez más expresamente se vive a sí misma, en todos estos aspectos, como violencia. Y es, en el acoso que lleva a cabo, su propio deseo de desapa¬recer lo que se expresa.
Glosa B: UNO considera repugnante hablar de guerra civil. Y cuando a pesar de todo esto UNO lo hace, es para asignarle un lugar y circunscribirla en el tiempo. Es así en «la guerra civil en Francia» (1871), en España (1936- 1939), la guerra civil en Argelia y puede ser muy pronto en Europa. Se notará en este caso que los franceses, siguiendo su natural afeminado, traduzcan la americana «Civil War» por «Guerre de Sécession», para mostrar mejor su determi¬nación a tomar incondicionalmente siempre partido por el vencedor, siendo así también en el caso del Estado. No po¬demos desprendernos de esta costumbre de otorgar un co¬mienzo, un fin y un límite territorial a la guerra civil, en re¬sumen, de hacer de ella una excepción en el curso normal de las cosas antes que considerar sus infinitas metamorfosis a través del tiempo y el espacio, sino elucidando la manio¬bra que recubre. Así, recordaremos a aquellos que, al prin¬cipio de los años sesenta, pretendiendo liquidar la guerrilla en Colombia, hicieron llamar previamente «la Violencia» al episodio histórico que querían clausurar.
12 El punto de vista de la guerra civil es el punto de vista de lo político.
13 Cuando dos cuerpos afectados, en un cierto lugar, en un cierto momento, por la misma forma-de-vida, se encuentran, tienen la experiencia de un pacto objetivo, anterior a toda decisión. Esta experiencia es la ex¬periencia de la comunidad.*
*13 Glosa: Hay que imputar a la privación de una experiencia tal ese viejo fantasma de los metafísicos que obsesiona aún al imaginario occidental: la comunidad humana, también conocida con el nombre de Gemeinwesen por un cierto público parabordiguista. Es porque no tiene acceso a ninguna comunidad real, y por tanto en virtud de su extrema separación, que el intelectual occi¬dental ha podido forjarse ese pequeño fetiche: la comunidad humana. Tanto si ésta adopta el uniforme nazihu¬inanista de la «naturaleza humana», o los estúpidos hábitos ya colgados de la antropología, como si se replie¬ga sobre la idea de una comunidad de la potencia cuida¬dosamente desencarnada, o si se lanza de cabeza en la perspectiva menos refinada del hombre total —el que to¬talizaría el conjunto de los predicados humanos—, es siempre el mismo terror de tener que pensar su situación singular, determinada, finita, de quien va a buscar refu¬gio en el fantasma reconfortante de la totalidad, de la unidad terrestre. La abstracción subsiguiente puede lla¬marse multitud, sociedad civil mundial, o género huma¬no, esto no tiene ninguna importancia: es la operación lo que cuenta. Todas las recientes burradas sobre la socie¬dad cyber-comunista y el hombre cyber-total no toman vuelo sin una cierta oportunidad estratégica en el mo¬mento mismo en que un movimiento se levanta, mun¬dialmente, con la pretensión de refutarlas. Después de iodo, la sociología ya estaba bien crecidita cuando apareció en el núcleo de lo social el conflicto más irreconciliable que haya jamás tenido lugar, y justamente allí donde este conflicto irreconciliable, la lucha de clases, se manifestaba más violentamente: en Francia, en la segunda mitad del siglo XIX; como si dijéramos: en respuesta a eso.
En el momento en el que «la sociedad» propiamente no es sino una hipótesis, y no precisamente una de las más plausibles, pretender defenderla contra el fascismo latente de toda comunidad es un ejercicio de estilo empapado de mala fe. Pues, ¿quién todavía hoy se reclama de «la sociedad» sino los ciudadanos del Imperio, los que hacen bloque, o más bien, los que hacen racimo contra la evidencia de su implosión definitiva, contra la evidencia ontológica de la guerra civil?
14 No hay comunidad sino en las relaciones singulares. No se da nunca la comunidad, se da comunidad que circula.*
*14 Glosa A: La comunidad no designa nunca a un conjunto de cuerpos concebidos independientemente de su mundo, sino a una cierta naturaleza de las relaciones entre esos cuerpos, y de esos cuerpos con su mundo. La comunidad, desde que ella quiere encarnarse en sujeto aislable, en realidad distinta, desde que quiere materializar la separación entre un afuera y su adentro, se confronta con su propia imposibilidad. Este punto de imposibilidad es la comunión. La total presencia de la comunidad, la comunión, coincide con la disipación de toda comunidad en relaciones singulares, con su ausencia tangible.
Glosa B: Todo cuerpo está en movimiento. Incluso inmóvil, se pone en presencia, pone en juego el mundo que lleva consigo, va hacia su destino. Asimismo, ciertos cuerpos van juntos, tienden, se inclinan el uno hacia el otro: hay entre ellos comunidad. Otros se repelen, no se componen, desentonan. En la comunidad de cada forma-de-vida tienen cabida también comunidades de cosas y de gestos, comunidades de hábitos y de afectos, una comunidad de pensamientos. Está constatado que los cuerpos privados de comunidad están por ello privados también de gusto: no ven que ciertas cosas van juntas y otras no.
15 La comunidad no es nunca la comunidad de los que están ahí.*
*15 Glosa: Toda comunidad lo es a la vez en acto y en potencia, es decir, que cuando ella se pretende puramente en acto, por ejemplo, en la Movilización Total, o pura-mente en potencia, como en el aislamiento celeste del Bloom, no hay comunidad alguna.
16 El encuentro de un cuerpo afectado por la misma forma-de-vida que yo, la comunidad, me pone en contacto con mi propia potencia.
17 El sentido es el elemento de lo Común, es decir, que todo evento, en tanto que irrupción del sentido, instaura un común.
El Imperio, el ciudadano
53 Con el repliegue del Estado liberal en Imperio, UNO ha pasado de un mundo parcelado por la Ley a un espacio pola¬rizado por normas. El Partido Imaginario es la otra cara de este repliegue.*
*53 Glosa A: ¿Qué significa el Partido Imaginario? Que el Afuera ha pasado dentro. El repliegue se ha hecho sin ha hecho sin do, sin violencia, como en una noche. Exteriormente, nada ha cambiado, al menos nada notable. UNO se sorprende so¬lamente al amanecer de la nueva inutilidad de tantas cosas familiares; así, las viejas parcelaciones, que han dejado de operar para volverse de golpe un estorbo tan grande.
Una pequeña neurosis persistente quiere que UNO trate de distinguir de nuevo lo justo de lo injusto, lo sano de lo enfermo, el trabajo del ocio, el ocio, el criminal del inocen¬te o lo normal de lo monstruoso, pero hay que la evidencia: estas antiguas oposiciones han perdido cual¬quier poder de inteligibilidad.
Sin embargo, no son en absoluto suprimidas, sino que la norma no ha abolido la Ley, solamente la ha vacia¬do y dirigido a sus propios fines, le ha puesto fin en su in¬manencia contable y gestora. Entrando en el campo de fuerza de la norma, la Ley ha tirado los jirones de trascen¬dencia para no funcionar ya más que en una especie de es¬tado de excepción indefinidamente reconducido.
El estado de excepción es el régimen normal de la Ley.
Ya no hay en ninguna parte Afuera visible –la Natura¬leza pura, la Gran Locura clásica, el Gran Crimen clásico, o el Gran Proletariado clásico de los obreros con su Patria de Justicia y Libertad realmente existente han desaparecido, pero han desaparecido en la realidad porque habían perdido primero toda fuerza de atracción imaginaria–, ya no hay en ninguna parte Afuera puesto que hay por todas partes, en cada punto del tejido biopolítico, algo de Afuera. La locura, el crimen o el proletariado muerto de hambre ya no Habitan en algún espacio delimitado y conocido, ya no tie¬nen su mundo fuera del mundo, su gueto propio con o sin muro; han devenido, al hilo de la evaporación social, una modalidad reversible, una latencia violenta, una posibilidad sospechosa de cada cuerpo. Y es esta sospecha la que justifi¬ca la prosecución del proceso de socialización de la sociedad, el perfeccionamiento de todos los micro-dispositivos de control; no es que el Biopoder pretenda regir directa¬mente sobre hombres o cosas, sino más bien sobre posibili¬dades y condiciones de posibilidad.
Todo lo que volvía a salir al Afuera, la ilegalidad, por pinto, pero también la miseria o la muerte, en la medida en que UNO las consigue gestionar, sufren una integración, que las elimina positivamente y les permite volver a la circula¬ción. Es porque la muerte no existe en el seno del Biopo¬der, porque ya no hay más que asesinato, que circula. A tra¬vés de las estadísticas, hay toda una red de causalidades que ahora encaja a cada viviente en el conjunto de los muertos que han sido necesarios para su supervivencia (excluidos pequeños indonesios, accidentados en el trabajo, etíopes de todas las edades, estrellas venidas a menos, etcétera). Pero es también médicamente que la muerte se ha convertido en asesinato, con la multiplicación de estos «cadáveres cuyo corazón sigue latiendo», de estos «muertos rosas» que habrían fenecido hace mucho tiempo de no ser porque se hallan conservados artificialmente para servir de reserva de órganos de algún necio transplante, de no ser por estar conservados para ser fallecidos. La verdad es que ya no hay más margen identificable porque la liminaridad se ha convertido en la condición íntima de todo lo existente.
La Ley fija parcelaciones, establece distinciones, delimita lo que la infringe, toma parte de un mundo ordenado al que da forma y duración; la Ley nombra, no deja ya de nombrar, de enumerar lo que está fuera-de-la-ley, dice su afuera. La exclusión, la exclusión de aquello –la soberanía, la violencia– es su gesto fundador. Del lado opuesto, la norma ignora hasta la idea de una fundación. La norma no tiene memoria, se mantiene en una relación muy estrecha con el presente, pretende desposarse con la inmanencia. Mientras que la Ley se da forma, glorifica la soberanía de aquello que no está incluido en ella, la norma es acéfala y se felicita cada vez que UNO le corta la cabeza a algún soberano. Ella no tiene hieros, lugar propio, pero actúa in-visiblemente sobre la totalidad de un espacio cuadriculado y sin borde al que ella da distribución. Aquí nadie es excluido o rechazado en una exterioridad designable; el mismo estatuto de excluido no es más que una modalidad de la inclusión general. No es por tanto más que un solo y único campo, homogéneo pero difractado en infinitos matices, un régimen de integración sin límite que trabaja para con-tener las formas-de-vida en un juego de baja intensidad. En la norma reina una inaprensible instancia de totalización que disuelve, digiere, absorbe y desactiva a priori toda alteridad. Un proceso de inmanentización omnívora se des pliega a escala planetaria. El fin: hacer del mundo un tejido biopolítico continuo. Mientras tanto, la norma vigila.
Bajo el régimen de la norma, nada es normal, todo está por normalizar. Lo que funciona es un paradigma positivo del poder. La norma produce todo lo que es, en tanto que ella es, UNO dice, el ens realissimum. Lo que no entra en su modo de desvelamiento no es, y lo que no es no entra en su modo de desvelamiento. La negatividad no se ha re-conocido nunca como tal en la norma, sino como un simple fallo con respecto a la norma, un agujero que remendar en el tejido biopolítico mundial. La negatividad, esta potencia a la que no se le supone existencia, se encuentra aquí lógicamente llevada a una desaparición sin dejar rastro. No sin razón, puesto que el Partido Imaginario es el Afuera de este mundo sin Afuera, la discontinuidad esencial alojada en el corazón de un mundo convertido en continuo.
El Partido Imaginario es la sede de la potencia.
Glosa B: Nada ilustra mejor la forma por la que la norma ha subsumido a la Ley que la manera con que los viejos Estados territoriales han «abolido» sus fronteras en favor de los acuerdos de Schengen. La abolición de las fronteras de la que se trata aquí, es decir, la renuncia al atributo más sagrado del Estado moderno, no tiene naturalmente el sentido de su desaparición efectiva, sino, al contrario, la posibilidad permanente de su restauración: en función de las circunstancias. Así, las prácticas de las aduanas, cuando las fronteras son «abolidas», no vienen a desaparecer en absoluto, sino que, al contrario, se extienden, en potencia, a todos los lugares y a todos los instantes. Bajo el Imperio, las fronteras se han vuelto como las aduanas-volantes.
Una ética de la guerra civil
Nueva forma de
comunidad:
afirmarse de manera
guerrera. Si no, el espíritu
se debilita. Nada de
«jardín», «esquivar a las
masas» no basta.
¡La guerra (¡pero sin
pólvora!) entre los
diferentes pensamientos!
¡Y sus ejércitos!
NIETZSCHE
Fragmentos póstumos
67 Todos los cuerpos que no pueden o no quieren atenuar su forma-de-vi¬da deben rendirse a esta evidencia: son, somos, los parías del Imperio. Existe, anclado en algu¬na parte de nosotros, ese punto de opacidad sin retorno que es como la marca de Caín y que lle¬na a los ciudadanos de terror cuando no de odio. Maniqueísmo del Imperio: de un lado, la nueva humanidad radiante, cuidadosamente formateada, transparente a todos los rayos del poder, idealmente despojada de experiencia, ausente de sí hasta el cáncer: son los ciudadanos, los ciudadanos del Imperio. Y luego, esta- ni una entidad formada, como tampoco una multitud. Nosotros, es una masa de mundos, de mundos infra-espectaculares, intersticiales, de existencia inconfesable, tejidos de solidaridades y de disensiones impenetrables al poder; y también son los desviados, los pobres, los prisioneros, los ladrones, los criminales, los locos, los vos, los desbordantes, las corporeidades rebeldes. En resumen: todos los que, siguiendo su línea de fuga, no se reencuentran en la tibieza climatizada del paraíso imperial. Nosotros, éste es el plan de consistencia fragmentado del Partido Imaginario.
68 En tanto que nosotros nos mantenemos en contacto con nuestra propia potencia, aunque sólo sea a fuerza de pensar en nuestra propia experiencia, representamos, en el seno de las metrópolis del Imperio, un Peligro. Nosotros somos el enemigo cualquiera. Aquél contra el que todos los dispositivos y todas las normas imperiales se han agenciado. Inversamente, el hombre del resentimiento, el intelectual, el inmunodeficiente, el humanista, el injertado, el neurotizado, ofrecen el modelo del ciudadano del Imperio. De ellos UNO puede estar seguro de que no hay nada que temer. Debido a su situación, están atados a condiciones de existencia de una artificialidad como sólo el Imperio puede garantizarles; y cualquier modificación brutal de estas condiciones significaría su muerte. Éstos son los colaboradores-natos. No es solamente el poder, es la policía quien pasa a través de sus cuerpos. La vida mutilada no aparece solamente como consecuencia del avance del Imperio, antes bien es su condición de posibilidad. La ecuación ciudadano = poli se prolonga en la extrema grieta de los cuerpos.
69 Todo lo que tolera el Imperio es para nosotros igualmente exiguo: los espacios, las palabras, los amores, los rostros y los corazones: más cadenas. Allá donde vayamos se forman alrededor de nosotros cordones sanitarios tetanizados, tan reconocibles en las miradas y en los gestos. Basta con tan poca cosa para ser identificados por los ciudadanos anémicos del Imperio como un sospechoso, como un in dividuo de riesgo. Un regateo permanente tiene lugar para que renunciemos a esta intimidad con nosotros mismos que tanto UNO nos ha reprochado. Y, en efecto, no aguantaremos siempre así, en esta posición desgarrada de de¬sertor interior, de extranjero apátrida, de hostis demasiado cuidadosamente enmascarado.
70 Nosotros no tenemos nada que de¬cir a los ciudadanos del Imperio: primero haría falta que tuviéramos algo en co¬mún. Para ellos, la regla es simple: ya sea que deserten, se arrojen en el devenir y se unan a nosotros, ya sea que permanezcan ahí donde es¬tán, serán tratados según los principios bien co¬nocidos de la hostilidad: reducción y hundi¬miento.
71 La hostilidad que, en el Imperio, rige tanto en la no-relación consigo mismo como en la no-relación global de los cuerpos entre ellos, es para nosotros el hostis. Todo lo que quiere expropiarnos la hostilidad debe ser destruido. Quiero decir que es la pro¬pia esfera de la hostilidad lo que debemos reducir.
72 La esfera de la hostilidad no puede ser reducida más que extendiendo el dominio ético-político de la amistad y la ene¬mistad; es por ello que el Imperio no llega a re¬ducirla, a pesar de todas sus declamaciones en favor de la paz. El devenir-real del Partido Ima¬ginario no es más que la formación por contagio del plan de consistencia donde amistades y ene¬mistades se despliegan libremente y se vuelven legibles a sí mismas.
73 El agente del Partido Imaginario es aquel que, partiendo de donde se encuentra, de su posición, engancha o prosigue el proceso de polarización, de asunción diferen¬cial de las formas-de-vida. Este proceso no es otro que el Tiqqun.
74 El Tiqqun es el devenir-real, el devenir-práctico del mundo; el proce¬so de revelación de toda cosa como práctica, es decir, el tomar lugar dentro de sus límites, en su significación inmanente. El Tiqqun es que cada acto, cada conducta, cada enunciado do¬tado de sentido, esto es, en tanto que aconteci¬miento, se inscriba por sí mismo en su metafí¬sica propia, en su comunidad, en su partido.
La guerra civil quiere decir solamente: el mundo es práctico; la vida, heroica, en todos sus detalles.
75 El movimiento revolucionario no ha sido desecho, como lamentan los estalinistas de siempre, debido a su insuficiente unidad, sino por causa del demasiado débil nivel de elaboración de la guerra civil en su seno. En este sentido, la confusión sistemática entre hostis y enemigo ha tenido el efecto debilitante que conocemos, desde lo trágico soviético, hasta lo cómico grupuscular.
Entendámonos: no es que el Imperio sea el enemigo con el que debemos medirnos, y las otras tendencias del Partido Imaginario que nos son tan hostiles sean las que tengamos que liquidar: más bien lo contrario
76 Toda forma-de-vida tiende a constituirse en comunidad, y de comunidad en mundo. Cada mundo, cuando se piensa, es decir, cuando se ancla estratégicamente en su juego con los otros mundos, se manifiesta como configurado por una metafísica particular, que es, más que un sistema, una lengua, su lengua. Y es entonces, cuando ha sido pensado, cuando este mundo se vuelve contaminante: puesto que conoce de qué ethos es portador, ha pasado a ser maestro en un cierto sector del arte de las distancias.
77 El principio de la serenidad más in-tensa es, para cada cuerpo, ir el final de su forma-de-vida presente, hasta el punto donde la línea del incremento de su potencia se desvanece. Cada cuerpo quiere agotar su forma-de-vida, dejarla muerta tras de sí. Después pasa a otra. Ha ganado en espesor: su experiencia le ha alimentado. Y ha ganado en soltura: ha sabido desprenderse de una imagen de sí.
78 Allá donde estaba la nuda vida, debe llegar a estar la forma-de-vida. La enfermedad, la debilidad no son afecciones de la nuda vida, genérica, sin ser en primer lugar afecciones de nuestra forma-de-vida singular, orquestada por los imperativos contradictorios de la pacificación imperial. Trayendo así sobre el terreno de las formas-de-vida todo lo que UNO exilia en el lenguaje plagado de confusiones de la nuda vida, invertimos la biopolítica en política de la singularidad radical. medicina está por reinventar: una medicina política que partirá de las formas-de-vida.
79 En las condiciones presentes, bajo el Imperio, toda agregación ética no puede constituirse más que en máquina de guerra. Una máquina de guerra no tiene la guerra como objeto; al contrario: ella no puede «hacer la guerra sino a condición de crear otra cosa a la vez, aunque sólo sean nuevas relacio¬nes sociales no-orgánicas» (Deleuze-Guattari, Mil mesetas). A diferencia de un ejército, así como de cualquier organización revolucionaria, la máquina de guerra no tiene más que una relación de suplemento con la guerra. Es capaz de embates ofensivos, está en condiciones de librar batallas, de recurrir ágilmente a la violencia, pero no tiene necesidad de ella para llevar un:¡ existencia plena.
80 Aquí se plantea la cuestión de la reapropiación de la violencia de la cual las democracias biopolíticas nos han, con todas las expresiones intensas de la vida, despo¬seído tan perfectamente. Comencemos por aca¬bar con la vieja concepción de una muerte que sobrevendría al término, como punto final de la vida. La muerte es cotidiana, es este empe¬queñecimiento continuo de nuestra presencia bajo el efecto de la imposibilidad de abando¬narnos a nuestras inclinaciones. Cada una de nuestras arrugas, de nuestras enfermedades es un gusto al que no hemos sido fieles, el pro¬ducto de una traición a nuestra forma-de-vida. Así es la muerte real a la que estamos someti¬dos, y por tanto la causa principal de nuestra falta de fuerza, el aislamiento que nos impide devolverle al poder cada uno de los golpes, el abandonarnos sin la seguridad de que tendre¬mos que pagarlo. He aquí por qué nuestros cuerpos sienten la necesidad de agregarle en máquinas de guerra, pues sólo esto nos vuelve igualmente capaces de vivir y de luchar.
81 De lo que precede se deducirá sin esfuerzo esta evidencia biopolítica: no hay muerte «natural», todas las muertes son muertes violentas. Esto vale existencialmente e históricamente. Bajo las democracias biopolíti¬cas del Imperio, todo ha sido socializado: cada muerte entra en una red compleja de causalida¬des que hacen de ella una muerte social, ase¬sinato: ya no hay más que asesinato, que a veces es condenado, a veces amnistiado, y las más de las veces, ignorado. En este punto, la cuestión que se plantea no es la del hecho del asesinar sino la de su cómo.
82 El hecho no es nada, el cómo es todo. Que no exista ningún hecho que no sea previamente cualificado lo prueba suficientemente. El golpe maestro del Espectáculo es haberse hecho con el monopolio de cualificación, de la denominación; y, a partir esta posición, ir dejando caer su metafísica o contrabando, repartiendo como hechos el producto de sus interpretaciones fraudulentas. Una acción de guerra social es un «acto de terrorismo», mientras que una intervención dura de la OTAN, decidida de la forma más arbitraria, es una «operación de pacificación»; un envenenamiento en masa es una epidemia, y se llama «Módulo de Alta Seguridad» la práctica legal de la tortura en las prisiones democráticas. Frente a eso, el Tiqqun es, al contrario, la acción de devolver a cada hecho su propio cómo, de toma lo incluso por únicamente real. La muerte en duelo, un bonito crimen, una última frase de genio pronunciada con pathos, bastan para borrar la sangre, para humanizar lo que UNO supone más inhumano: el asesinato. Pues en muerte más que en ninguna otra parte, el cómo hace desaparecer al hecho. Entre enemigos, por ejemplo, el arma de fuego estará excluida.
83 Este mundo está prendido entre dos tendencias, una de libanización, otra de helvetización; tendencias que pueden, en diversas zonas, cohabitar. Y en efecto, éstas son las dos maneras singularmente reversibles, aunque aparentemente divergentes, de conjurar la guerra civil. ¿El Líbano, antes de 1974, no era apodado la «Suiza del Próximo Oriente»?
84 En el curso del devenir-real del Partido Imaginario, nos volveremos a encontrar sin duda con esas sanguijuelas lívidas: los revolucionarios profesionales. Contra la evidencia de que los únicos momentos bellos del siglo fueron despreciativamente llamados «guerras civiles», correrán a denunciar en nosotros «la conspiración de la clase dominante para hundir la revolución a través de una guerra civil» (Marx, La guerra civil en Francia). Nosotros no creemos ya en la revolución, sino en algunas «revoluciones moleculares», y, menos recatadamente, en asunciones diferenciadas de la guerra civil. En un primer momento, los revolucionarios profesionales, cuyos desastres repetidos no se han enfriado apenas, nos difa¬marán como diletantes, como traidores a la Causa. Querrán hacernos creer que el Imperio es el enemigo. Nosotros objetaremos a Su Tontería que el Imperio no es el enemigo, sino el hostis. Que no se trata de vencerlo, sino de exterminarlo, y que en el límite, pasaremos sin su Partido, siguiendo en esto los consejos de Clausewitz, sobre la guerra popular: «La guerra popular, como cualquier cosa vaporosa y flui¬da, no debe condensarse en ninguna parte en un cuerpo sólido; si no, el enemigo envía una fuerza adecuada contra ese núcleo, lo rompe y hace numerosos prisioneros; el coraje se debi¬lita entonces, todos piensan que la cuestión principal está zanjada por el enemigo, que todo esfuerzo ulterior será en vano, y que las armas han caído de las manos de la nació Pero por otro lado, hace falta que esta niebla se condense en ciertos puntos, forme masas com¬pactas, nubes amenazadoras, de donde al fin pueda surgir un trueno terrible. Estos puntos se situarán sobre todo en las alas del escenario de guerra enemigo... No se trata de romper el núcleo, sino solamente de roer la superficie y los ángulos». (Sobre la guerra)
85 Los enunciados que preceden quieren introducir en una época cada vez más tangiblemente amenazada por la rup¬tura en bloque de la realidad. La ética de la guerra civil que se ha expresado aquí recibió un día el nombre de «Comité Invisible». Ella mar¬ca una fracción determinada del Partido Imagi¬nario, su polo revolucionario. Mediante estas líneas, esperamos echar por tierra las ineptitu¬des más vulgares que puedan ser proferidas tan¬to sobre nuestras actividades como sobre el pe¬ríodo que se abre. Todo este previsible cacareo, cómo no lo adivinaríamos, ya, en la reputación que el shogunato Tokugawa tuvo al fin de la era Muromachi, y de la cual uno de nuestros enemigos observaba correctamente: «Por su pro¬pia agitación, en la inflación de las pretensiones ilegítimas, esta época de guerras civiles se reve¬laría como la más libre que haya conocido Ja¬pón. Un amasijo de gentes de todo tipo se deja¬ba fascinar. ¿Por qué se insistirá tanto sobre el hecho de que habría sido únicamente la más violenta?».
«En adelante, el orden del mundo que se desarma deberá ser restablecido incesantemente, mantenido con todas las fuerzas. La policía y la publicidad serán los medios, nada ficticios, que el Estado moderno habrá puesto al servicio de la supervivencia artificial de la ficción del UNO. Toda su realidad se condensará en esos medios, por los cuales vigilará el mantenimiento del orden, pero de un orden exterior, ahora público. Asimismo, todos los argumentos que hará valer en su favor se reducirán finalmente a éste: "Fuera de mí, el desorden". Pero fuera de él no el desorden, fuera de él una multiplicidad de órdenes.»
Denominan Bloom a los nuevos sujetos anónimos, a singularidades cualquiera, vacías, dispuestas a todo, que pueden difundirse por todos lados pero permanecen inasibles, sin identidad pero reidentificables en cada momento. El problema que se plantean es: ¿Cómo transformar el Bloom? ¿Cómo operará el Bloom el salto más allá de sí mismo?
Giorgio Agamben
Tiqqun, «Órgano de unión en el seno del Partido Imaginario», es la revista de un colectivo anónimo de pensamiento e intervención política radicado en Francia, definida por sus partícipes como «Zona de Opacidad Ofensiva». Debido precisamente a su anonimato y a su efímera existencia, sólo son reseñables dos números y algunos libros —extraídos, como éste, de los artículos de la propia revista—. Nada sabemos, por tanto, de sus actuaciones políticas ni de sus elaboraciones teóri
Fue el texto de Franco Purini, ‘Cuestiones de infraestructuras’, el inicio de esta reflexión: “Es probablemente por la convergencia de una renovada actualidad del paisaje urbano, (...) que haya nacido un pronunciado interés por la infraestructura como único elemento capaz de resistir la fragmentación visiva del ambiente construido. (...) Un lugar problemático, capaz de determinar nuevos horizontes proyectuales.
(...) La verdadera razón del rechazo consiste en que la infraestructura es el resultado directo de una idea de tiempo en cuanto tiempo veloz y lineal, una concepción que hoy ha cambiado profundamente.”
Desde Sevilla...
SE00-VILLA, SE30-VILLA, SE40-VILLA, SE50-VILLA, SE100-VILLA, SE500-VILLA, (...), SEX-VILLA
SE30. En este lugar indeterminado, campo ajeno (impuesto), determinado por la ausencia de un espacio propio (M de Certeau), se propone como acción o táctica de aproximación una mirada diferente desde las que proponer otros sentidos a la ciudad y plantear nuevas bases territoriales, urbanas e infraestructurales para un habitar sostenible.
SEVILLA ALLIVES ALLI VES
AL(L) LIVES
Una nueva visualidad de estos paisajes urbanos montada a partir de relatos diversos y parciales que apuesta por un soporte que recoja las múltiples naturalezas allí presentes: laboratorio donde ensayar, con otras políticas y a partir de los asuntos de interés, un nuevo ámbito de urbanidad.
en rev. Casabella 739-740/2006
VIA JOSE RAMON MORENO
Es probablemente por la convergencia de una renovada actualidad del paisaje urbano, como ámbito de una experiencia estética determinada por una sobreabundante “oferta icónica” y por el contradictorio y contemporáneo disolverse del mismo paisaje en la malla deconstruible de la “ciudad difusa” que haya nacido, desde hace ya algunos años, un pronunciado interés por la infraestructura como único elemento capaz de resistir la fragmentación visiva del ambiente construido. Un interés que se ha consolidado progresivamente hasta particularizar en la proyectación de los artefactos para el desplazamiento, y en las obras conectadas con ellos, un lugar problemático, capaz de determinar nuevos horizontes proyectuales cuyo efecto puede hacerse sentir también en otros dominios más específicos de la infraestructura. Dicho interés ha acabado con el valor togliere, si no lo ha deslegitimado del todo, de cualquier aproximación tipomorfológica a la ciudad. En efecto, parece haber polarizado la atención de los arquitectos sobre aquel sistema de espacios en gran parte indeterminado, más que abiertos, que son activados por la presencia de las infraestructuras. Realidad ésta con una identidad compuesta y en muchos aspectos vaporosa.
Es difícil establecer, con una aproximación aceptable, que es la infraestructura. Su mismo nombre la identifica como realidad intersticial y pervasive, entidad técnica que dispone de una presencia en el espacio que excede su papel. Ellas son, al mismo tiempo, obras de ingeniería y de arquitectura, pero participan también de dimensiones paisajísticas, constituyéndose como elementos de una geografía artificial a menudo consistente. Una geografía proyectada que asimila frecuentemente las infraestructuras mismas a obras del land art, que entretejen con el escenario natural una relación compleja en la cual se va más allá de los aspectos técnicos del problema a resolver. Por otra parte, si se observa bien su papel, sea el del adherirse al suelo o librado en el espacio, es fácil notar como ella posee notables aspectos plásticos, pudiendo contar sobre la curvatura continua del relieve, paredes, entarimados, parapetos. En este sentido, una infraestructura es también una obra escultórica en la que prevalece por necesidad las líneas fluidas y continuas. A causa de su esencia multiforme el estatuto de la infraestructura –si fuese posible utilizar una dicción tan importante- está sustancialmente indeterminado. Si se considera por ejemplo una autovía, para referirse a una realidad precisa. Ella puede ser interpretada como una única manufactura compuesta a lo largo de su longitud por un relieve que prevé en su desarrollo inserciones de puentes, viaductos, bucles de entrada y salida, aparcamientos, estaciones de servicio, autoservicios. Ella posee pues una dimensión normativa constituyéndose como una sucesión de ambientes al mismo tiempo similares y diversos. Esta arquitectura territorial no es obviamente legible de forma unitaria sino sólo a través de encuadramientos singulares, proponiéndose como el análogo de un film o una novela. Desde este punto de vista, la naturaleza de una infraestructura es a la vez unitaria y serial, en el sentido que el recorrido de una sección continua es el contrapunto de la repetición modular de algunos componentes estandarizados, como por ejemplo las garitas, que introducen en el sistema infraestructural, ya de por si dislocado, una ulterior nota de atopicidad. Por otra parte, las visiones de las partes más identificables como arquitectura, como los viaductos y los puentes, se convierten en medio para una visión escorzada, en la que la accidentalidad, la parcialidad y la velocidad con las que esas partes son vistas no consiguen restituir el diseño. Una infraestructura no tiene un espacio interior y, por ello, si se quiere ser consecuente con una famosa afirmación de Bruno Zevi, ella no sería propiamente una arquitectura, aún cuando una autovía entre en un túnel, esta limitación acontece. Pero si una infraestructura no tiene un espacio interior, lo que si tiene es espacialidad. Esa espacialidad en movimiento que ha sido profetizada por Sigfried Giedion, el cual en la sobrecubierta de su texto clásico Espacio, tiempo y arquitectura, ha insertado una vista desde lo alto de un nudo, y sucesivamente argumentado por Reyner Banham en algunas agudas e inspiradas páginas sobre Los Ángeles. Dentro de la misma visión de la infraestructura como instrumento para una nueva visualidad, Kevin Lynch y Donald Appleyard han construido en The view from the road un cuadro teórico: allí el paisaje es descompuesto, como en el film, en encuadramientos singulares dentro de un sistema de comprensiones y dilataciones espaciales. Hay que añadir, a lo dicho hasta ahora, que la arquitectura se ve en la responsabilidad de quien pretende instituir una estrecha coincidencia entre las cosas y el proyecto visivo con el que ella está comprometida, mientras la infraestructura se coloca en el plano de una recepción diferida y lateral desde el momento que su presencia es vista no en primer plano sino sobre el fondo.
El carácter plural de la infraestructura, sobre el que nos hemos detenido brevemente, confiere una cierta inestabilidad conceptual que influye sobre su proyecto. Es difícil por ejemplo que la relación entre unicidad y serialidad sea afrontada en términos correctos, como se encuentra en aquella concepción proyectual siempre generalizada que ve los elementos a repetir resueltos en el ámbito de la tecnología de lo precomprimido, una forma de prefabricación que quita a la infraestructura buena parte del valor arquitectónico que podría tener confiriéndole un carácter rígido y mecanicista. También la relación entre infraestructura y paisaje se revela casi siempre indecisa entre el diseño de base relativo al trazado y con ello a la espacialiad de la geografía, y el significado de los detalles singulares como la embocadura de un túnel o un muro de contención, como sucede en lo innovadores experimentos del arte ambiental de Rino Tami, de los BBPR y de Flora Ruchat. El ser una infraestructura compleja asimilable a una estructura urbana o una verdadera ciudad lineal contrasta en fin con su reducción a simple sumatoria de episodios arquitectónicos aislados. Está por identificar probablemente en esta inestabilidad la razón por la cual algunas manufacturas infraestructurales no son consideradas todavía, como se debería, obras arquitectónicas singulares dotadas muchas veces de una expresividad así como de una singular fisonomía figurativa. El poderoso encadenamiento de una colina frente al puerto de Génova, una gigantesca intervención del minimal art ante literam, próximo a aquel nudo mortífero cantado por Francesco De Gregori, también él un maestro de osadía espacial, no es leído todavía más que como la transformación de una necesidad funcional en un hecho estético; a la directísima Roma-Florencia no se le reconoce todavía su bello trazado que, por ejemplo, en la proximidad de Orvierto y bajo el Monte Soratte, revela el paisaje a sí mismo; los puentes de Ricardo Morandi, si están unánimemente insertos entre las mejores pruebas de la ingeniería del siglo XX, no son todavía plenamente vistos como manifestaciones arquitectónicas de la mejor cualidad formal. Las mismas obras de Santiago Calatrava son admiradas más por su osadía y por su singularidad plástica, al límite de la extravagancia zoomorfa que por
su sabio insertarse en un género arquitectónico preciso, en posesión de sus consolidados connotaciones específicas.
A la incertidumbre lógico-descriptiva apenas reclamada se suma hoy una especie de fase de rechazo que ve que los organismos urbanos rechazan en muchos casos las infraestructuras. Tales reacciones tienen diversas causas. La primera consiste en considerar las infraestructuras que penetran en el tejido edificado el factor principal de su degradación. De aquí la siempre creciente convicción de que existe una incompatibilidad genética entre rampas, viaductos, nudos y el paisaje de la ciudad. En efecto, tal incompatibilidad no es solo de naturaleza ambiental y funcional, sino también estética. Ella no se resuelve sólo en la producción de los fenómenos hostiles al habitar, como el aniquilamiento atmosférico y acústico o en la puesta en escena de verdaderas y propias barreras topográficas que crean fracturas invalicabile en el contexto urbano. Es sobre todo en el plano estético que las infraestructuras generan conflictos insuperables, en el sentido que introducen en la escena urbana violentos descartes de imágenes y irreductibles contrastes escalares. La verdadera razón del rechazo consiste en que la infraestructura es el resultado directo de una idea de tiempo en cuanto tiempo veloz y lineal, una concepción que hoy ha cambiado profundamente. En la modernidad, la rapidez, la unión más breve entre dos puntos, la eliminación de cualquier interferencia en el tránsito entre estos era el objetivo principal de la comunicación territorial y urbana, estrategia que introducía sobrepuesta al trazado normal de la ciudad un sistema superior de viabilidad más veloz, de cualquier forma independiente de los lugares, estos simplemente deberían ser sobrevolados. Tal concepción, que interioriza el tipo ideal del puente, privilegia los puntos terminales de un recorrido omitiendo los otros. Hoy esta concepción fuertemente jerárquica de la viabilidad, y consecuentemente del espacio urbano, está superada por un retorno a las nociones de diseminación reticular de las comunicaciones, una modalidad más adherente a las mallas singulares del trazado que lee la ciudad como algo enteramente permeable, poroso, continuo. Tal rechazo radical desciende de aquel modelo teórico del tiempo inclusivo en cuanto presencia de momentos equivalentes que toman el lugar de precedente modelo exclusivo. Ha sido sin duda la ciudad difusa la que ha decretado el declive de la discontinuidad, producto del descarte escalar y comunicativo inducido por la infraestructura: la necesidad de una pervasivitá total del tejido disperso produce la necesidad opuesta de una conexión puntual de todos sus fragmentos. Integralmente consumista, la ciudad difusa tiene necesidad de que todas sus partes singulares se junten sin que ello sea percibido como un problema de accesibilidad. Desde este punto de vista la red es el negativo vial de todo asentamiento disperso.
La situación descrita está evolucionando rápidamente hacia una estrategia que prevé, en muchos casos, la cancelación de la infraestructura.
http://lhc.web.cern.ch/lhc/
Espacios, tiempos,... Categorías nómadas
El espacio se dilataba aunque los tiempos se comprimían. La construcción del puente del V Centenario –el más alto de Europa, nos decían- salvaba los mismos
Pero daba igual, también las vecindades se aproximaban –llegaba el área metropolitana con toda su fuerza, como un nuevo cinturón de referencia- aunque las identidades se multiplicaban o disolvían en favor de nuevos suelos.
Como era de esperar con su agotamiento llegó la posibilidad de
Una SE-30, casi un bulevar urbano entre barrios, de apenas
De hacerla habitable. La decisión de cómo vivirla nos corresponde a cada uno de nosotros o del grupo que nos acompañe en cada experiencia. Desde ella, podremos localizar o figurar los escenarios de vida que queremos potenciar y dan soporte a los distintos relatos que conforman la ciudad que queremos.